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Francisco Velasco. Abogado e historiador

VÁNDALOS JUVENILES

 

 Mala fama la de los vándalos. El antiguo pueblo germano que se estableció en parajes de las actuales Galicia y Andalucía hacia el siglo quinto de la era cristiana, cobró reputación a causa de su brutalidad, de su violencia y de su espíritu destructor. Hasta hoy.

 

Los actos vandálicos resumen la esencia de aquel antiguo pueblo. La prensa se hace eco, de tarde en tarde, de las actuaciones incívicas de determinados grupos de muchachos encaminadas a hacer daño por el placer mismo de causarlo. No es la kale borroka porque la ideología es distinta. No obstante, sus métodos aniquiladores se asemejan bastante. Su campo de acción son las plazas urbanas. Rompen a placer, incendian a discreción y despedazan la tranquilidad de los vecinos. Una joya. Lo mismo en España que en Gran Bretaña. Allá donde crean que esto es Jauja.

 

El problema no es baladí. Descansa en una casuística bien concreta. Se puede explicar desde un punto de vista psicológico o sociológico. Ahora bien: cada vez que se quiere justificar esta ristra de atropellos a los derechos y libertades de los demás, se está abonando el terreno para que la cosecha de estos malhechores de baja estofa sea más abundante. Los actos señalan a sus autores. Vándalos, sí. Gamberros, también. Delincuentes, por supuesto. No me vale el discurso huero del progre y del pureta acerca de la desafección familiar, escolar y social de estos individuos. Yo los pondría en el vestíbulo de sus casas durante una semanita. Ni dos horas transcurrirían antes de implorar apoyos coercitivos. La policía en casa. Si les apuramos un poco, hasta los GEOS.

 

Urge tomar medidas. Cierta es la relación causa-efecto entre el paro, la pobreza, las desigualdades asumidas y la inseguridad ciudadana. Pese a ello, si no se pone pie en pared, qué ocurrirá en nuestro país si las legiones de desempleados quieren tomarse cumplida venganza y se dedican, durante las madrugadas, a romper farolas, quemar contenedores, echar ácido a los coches estacionados, a obstruir cerraduras y a cometer otras lindezas por el estilo. Lo fácil es echar la culpa a lo que en el presente no tiene solución por más que sirva de aviso para impedirlo en el futuro. Los sucesos de Tottenham reflejan una patología hasta ahora silente. Al mal, el remedio. Al problema, soluciones. Ya.

 

Erradicar la idea de impunidad debe ser el punto de partida de esta batalla por la convivencia colectiva. Algunos jueces Catalayud desempeñan en este punto un rol esencial. Firmeza y respeto conducen a situaciones de equilibrio y proporción. Dejadez, apatía e incuria comportan leña al fuego del abandono. Una legislación específica debe enfrentar este fenómeno que va desbordando sus cauces naturales. De acuerdo con que hay que concienciar a los jóvenes. Pero y quién calma a los que padecen los insultos, los tirones, las heridas, los arrastres y las ofensas de estos grupitos de desencantados que se complacen en proyectar a sus semejantes la inanidad de sus cortas vidas.


Estamos asistiendo, impávidos, resignados e incluso cabreados, a un espectáculo lamentable. La rendición del cuerpo social ante las invasiones de pueblos que nada tienen que perder y mucho que ganar, hace germinar nuevos brotes de apocalipsis. O la ciudadanía impele a sus instituciones a conservar lo que tanto costó construir, o los vándalos de hoy harán trizas la cultura occidental de manera análoga a lo que perpetraron los bárbaros de la antigüedad con el decadente imperio romano. El “limes” está más cerca de lo que se pueda pensar. El vandalismo indica un cambio de sistema. Si la civilización carece de instrumentos para preservar sus valores, la barbarie usucapirá el bien descuidado. Es un axioma. Luego que vengan los teóricos de la noche a explicarnos el movimiento rotación de la Tierra. En cuanto al de traslación, es que ni llegaron a esa lección cuando iban a la escuela.

 

En cuyo caso, vándalos los violentos, bárbaros los pasivos.

 

Un saludo.

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