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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EMPÁTICOS ANTIPÁTICOS

 

 Grecia arde en llamas. El incendio heleno de hoy poco tiene que ver con el fuego griego de quince siglos antes. El fuego griego era un arma defensiva. Los sitiados mezclaban petróleo, azufre, cal viva y otras sustancias que, en contacto con el agua, era capaz de infundir pánico a los tripulantes de los barcos enemigos. El incendio heleno de hogaño es fruto del estallido social que no puede soportar por más tiempo los embates de una política antisocial. En el siglo sexto, el fuego tuvo su papel y en el siglo veintiuno, el incendio se descontrola por días.

 

Es evidente que el Gobierno griego ha acumulado deudas que no puede pagar. La política de Papandreu es un ejemplo modélico de cómo no se ha de gobernar. Se ha adentrado en una espiral de cuyo remolino no puede salir. Es prisionero de su arrogancia. En vez de reducir el déficit y de presupuestar conforme a los ingresos, ha mantenido el rumbo equivocado. Hasta que la bancarrota ha golpeado sus arcas. Los errores contumaces del primer ministro han conducido a una frustración colectiva que sólo podrá ser detenida por la violencia de las fuerzas punitivas del Estado. No hay otra salida. La insolvencia de Grecia no permite sino apretarse el cinturón hasta cortar la respiración. Los indignados griegos son los precedentes de los del “quinceeme” español.

 

La Unión Europea atraviesa malos momentos por esta y otras razones análogas. Es un error de bulto separar la gestión económica de la actividad política. Especialmente en una sociedad globalizada en la que todos invierten en el mundo entero. El miedo al impago socava la confianza de los inversores y los bancos reclaman los réditos de sus depósitos. Los avisos de las entidades financieras en este sentido ponen firmes a las autoridades de la UE. O esto se arregla, o cerramos los créditos. El botón del pánico se materializa en la fuga de capitales. Los griegos habrán de aceptar los recortes sí o sí. En caso contrario, la precariedad de su economía traspasará el umbral de la miseria. Por las buenas o por las malas, no les queda otra opción.

 

En España, como antes en Portugal o en Irlanda, el problema es idéntico si bien las circunstancias conceden a nuestro país un paréntesis de reflexión. La empatía gubernamental ha llevado en andas el féretro de la prosperidad en ambos Estados. Los ciudadanos no nos hemos identificado mental y afectivamente con los otros perjudicados. No obstante, en la pérdida patrimonial y en la mutilación de derechos, sí cabe hablar de empatía. Las guerrillas callejeras no han aterrizado en nuestras ciudades. Pero es cuestión de tiempo. Por más que los parlamentos estén integrados por diputados sin escrúpulos, sus iniciativas se vuelven cenizas a las pocas horas. O se reduce el gigantesco déficit fiscal o las palabras tendrán el valor del aire expelido al pronunciarlas. Y el déficit, a tenor de la ajustada victoria del grupo socialista griego, no va a ser domesticado en el tiempo necesario. Es imposible. Los grandes remedios precisos a los grandes males exigen descomunales consensos. En Grecia, no es posible. La UE lo sabe pero parchea con el fin fraudulento de ganar tiempo y calmar a los mercados. Porca miseria.

 

La confianza es el factor clave. Los funcionarios no entienden cómo los golfos gobernantes de su país han conducido a la grey al actual redil. Los pensionistas se unen a la furibunda crítica. Más recortes en los salarios y en las pensiones suponen una quiebra del estado de derecho. No basta con cambiar a los ministros. Todo el Gobierno debe ir a la calle. Las elecciones pueden ser la plataforma a partir de la cual, el pueblo puede convertirse en protagonista de la administración estatal. Si se impide el acceso a las urnas, más carburante al matorral.

 

La confianza traerá empatía. La empatía propiciará medidas mejores. La recuperación arrastrará bloques de simpatía. Los ciudadanos podrán, así, confiar en sus representantes. ¿Lo ha captado, señor Zapandreu?

 

Un saludo.

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