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Francisco Velasco. Abogado e historiador

AFGA(S)ISTÁN

 

Están. Sí están. No les quepa duda. Allí están los soldados españoles. En tierra salvaje de talibanes. Jugándose la vida en una guerra cruel que el Gobierno pinta –macabro Gobierno- de acción humanitaria. Hay que ser malo para llamar humanitarismo a lo que no es sino “poned una mejilla y después la otra”. Por último, que os rompan la cara. No en nombre de Cristo. No en defensa de España. No en representación de los pobres del mundo. Ni hablar. Los españoles entregan su vida para la gloria y la ambición de Zapatero.

 

Los españoles construyen escuelas, regalan comida, dan caramelos, atienden enfermos. Los soldados no están para eso. Los profesores, los médicos, los misioneros, sí. Los soldados tienen asignadas funciones propias de su oficio. Todas ellas se reducen a una: la defensa de España. Si nuestro país no ha declarado la guerra a ese Estado asiático, qué puñeta hace allí nuestro ejército. La respuesta se escribe en tinta invisible. A la luz del láser, se puede leer: “preferimos que nos maten antes de matar nosotros” (José Bono). Pero el que fuera ministro de defensa (con minúsculas) de su patrimonio conyugal y correveidile de Zapatero en la deserción de Irak, no se presenta voluntario en las tierras bravías e inhóspitas de Afga(s)istán. Que nadie pida al amo, tareas de fámulo.

 

La guerra de Afganistán tiene un componente imperialista que no se lo salta un galgo. Obama se aparece en carne mortal como el anti-Bush. Del mismo modo que Zapatero no sabe qué hacer para difundir el antiaznarismo. Uno y otro, tan modositos, ambicionan el poder en la medida que este poder comporta el triunfo personal de la mediocridad merced a la sublimación de la imagen. Las campañas de marketing operaron el milagro político de transformar el vino aguado en agua tintada. Si hay que beber, se bebe, pero por gusto, ni hablar. Otra cosa es que nos traguemos las mamarrachadas buenistas de estas teresas de Calcuta de pacotilla.

 

Afganistán es un avispero. Desde hace muchos años. El avispero es la antesala del conflicto. Como los Balcanes lo fueron en las guerras mundiales. Hay mucho dinero en juego para que rusos y americanos suelten la presa afgana. Los españoles van a llevarse de la presa lo que cayó en el conquero, como dice la gente de Huelva.

 

Sin embargo, Zapatero engorda su ego acomplejado y sigue la senda que Obama le indica. Nuestros soldados sufren en silencio en aras de no sé qué disciplina militaroide y amenazados de cualquier reivindicación constitucional a la libertad de expresión. Si al menos estuvieran bien pertrechados. Si dispusieran de armamento y de seguridad propios de un escenario bélico. La opinión pública recibe los cadáveres de nuestros compatriotas con la resignación del cordero que envían al degüello. Nada. Tres españoles menos. Noventa. Cien. Soldados que no combaten sino para defenderse en la legítima preservación de sus vidas.

 

Mientras tanto, caramelos, disparos al cielo, cantos de paz. Tres duros y una medallita dan a las viudas y a los huérfanos. Cuánto se lleva la muchachada psoecialista para recortar los gastos del Ministerio de Defensa. Nuestros soldados mueren en Afganistán. Lo que pasa es que su muerte rinde tributo a la hipocresía de un Gobierno que vende paz en tiempos de guerra y que alarma con guerras en momentos de paz. A conveniencia del señor Zapatero.

 

Más vale a Chacón que dimita antes de seguir en este limbo jurídico. La ONU autoriza la guerra pero no la legitima. Menos aún una guerra humanitaria. Habráse visto semejante trochería. Se ha visto. Se sigue viendo. En el Gobierno de Zapatero, cabe todo. Hasta lo más inverosímil. Qué cruz. Para cruz, la de nuestros soldados en Afga(s)istán mientras Zapatero ni está ni se le espera. El muy valiente.

 

Un saludo.

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