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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL SIN PAÍS

Un Estado con dos naciones. España se ha convertido en un Estado con dos naciones. Por obra (mucha) y gracia (poca) del Tribunal Constitucional, la nación catalana Estado va a querer, de la misma forma que el casado casa quiere. Cataluña es una nación. Toma del frasco, carrasco. El máximo intérprete de la Constitución ha admitido, por mayoría, el estribillo inicial de la canción estatutaria catalana. O no tienen oído, o nada saben sobre derecho constitucional o escasa vergüenza política demuestran.

 

El artículo 1.2. de la Constitución española enuncia el siguiente texto: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Por su parte, el artículo 3 se expresa de la siguiente forma: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. El compositor del texto sólo habla de una soberanía nacional, la del pueblo español, que no la catalana, y de una nación, la española, en cuyo seno se integran nacionalidades autonómicas.

 

El Preámbulo no forma parte del contenido dispositivo de una norma, pero al incrustarse en un Estatuto autonómico, de valor quasi constitucional, desvirtúa su importancia. En cualquier caso, es un texto jurídico de profundo alcance político. Por ello, el texto del preámbulo pone en marcha la aplicación de la idea de que Cataluña es una nación.

 

El pueblo llano debe distinguir entre nación y nacionalidad y, sobre todo, ha de saber que ahora se deja abierta la puerta del autogobierno. Como refería Azaña, los nacionalistas catalanes son como la hiedra, por lo que enredan y embrollan. Él mismo sufrió los enredos de aquella casta política que, hoy, recobra la impostura de sus antecedentes cercanos, durante las dos repúblicas. En ambas ocasiones, la de 1873 y la del período 1931-1936, la catástrofe política se enseñoreó de España y sus consecuencias han trascendido a nuestros días. En ambas efemérides, la Cataluña independentista arrebató la batuta al pueblo soberano y se cobró venganza por la mano.

 

El concepto de nación comprende un aspecto político que recoge el ámbito jurídico y la soberanía constituyente, y el aspecto cultural, que alberga elementos étnicos, lingüísticos, tradiciones, etc. A partir de la sentencia del Tribunal Constitucional, Cataluña integra en su territorio los dos aspectos mencionados y establece una potente plataforma para acceder a la independencia de iure que ya posee quasi de facto. La normalidad del catalán como lengua institucional y doméstica en aquel territorio de España, todavía de España, sirve de ignición al cohete que lanzará al espacio europeo un nuevo país. En principio, un país sin Estado. Por algún tiempo.

 

Si Zapatero prosigue su razzia a lo Atila, España perderá su naturaleza jurídica. O el PSOE frena y da marcha atrás, o la transgresión se apoderará de la calle. En cuyo caso, los guerracivilistas más furibundos se encontrarán a sus anchas en medio del caos. La vida política que ha actualizado el partido que fuera de Pablo Iglesias ha pervertido la democracia. En vez de un sistema fuerte, han procurado una democracia débil, una democracia de cartón-piedra, una democracia soluble en aguas de la corrupción y del separatismo y, a la vez, manoseada por la piedra pómez de la cara de los psoecialistas dirigentes.

 

España está perdiendo el Estado constitucional. El país no es ya tal. España es un “simpaís”. Por contra, Cataluña alcanzó la categoría de país. El sin país frente al país. El mundo al revés.

 

Un saludo.

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