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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LE TOCA A HUNGRÍA

El capital proyecta su importancia en diversos e importantes aspectos. Uno de ellos es el dominio que ejerce la empresa propietaria de los medios de producción sobre los trabajadores. O lo que es lo mismo, la tendencia del empresario a abusar de su posición predominante respecto a los asalariados. El abuso y la explotación van de la mano en el mundo de las relaciones. De todas las relaciones sociales y no sólo de las que nacen en el mundo laboral. El efecto del desequilibrio conduce, no pocas veces, al roce y, a continuación, a la violencia. Decía Carlos Marx que la tasa de ganancia decrece a largo plazo y cuando esto ocurre, sobreviene la crisis y decaen la producción y el empleo.



En este contexto, la carencia de trabajo hipoteca todo el sistema. Las tasas de desempleo de España, con ser las más elevadas de la eurozona, no distraen la atención acerca de la sangre que mana de la herida de la economía financiera. La deblacle helena, donde el paro no asusta en la misma medida, nos muestra el lado malo del capitalismo. Prevalece la economía de las finanzas sobre la economía del trabajo y ello comporta un desajuste letal: la impaciencia desordenada en pos de los beneficios más rápidos y fáciles a costa de imponer el trabajo muerto de la plusvalía sobre el trabajo vivo de la productividad. Es la constante del desastre económico mundial: la búsqueda desenfrenada del dinero fácil en perjuicio de la sosegada construcción de una estructura capitalista sólida.



Este articulista reclamaba, en reciente publicación de este mismo blog (“España se la juega”), el auxilio del club de los 27 a la Hélade. A la par que advertía de la necesidad de apretarse el cinturón y seguir los dictados de la impenitente Alemania. Si tal orientación se despreciaba, el efecto dominó se cobraría una nueva pieza. Hungría. En la tela de araña de la red ha caído Hungría y, de resultas, la Bolsa ha vuelto a sufrir un temblor de cuidado. Con lo cual, el tinglado toma carta de naturaleza.


El tinglado suple a la estructura y, como todo tablado ligeramente armado, es víctima del más leve terremoto. Los subidones de la Bolsa se convierten en pasajeras alucinaciones que articulan el batacazo inmediato. Los artificios, los enredos, las maquinaciones, los barullos, sólo en la inconsistencia tienen su templo.


Insisto en la idea tantas veces expresa: o se derriban los tinglados o se corrigen los defectos estructurales y se crean vínculos políticos obligatorios, o todo se va a pique. O se rompe la Europa actual. O se acepta el vehículo continental de dos o más velocidades. O se cede la soberanía nacional a fin de que la UE tutele a los más perezosos y menos comprometidos.



Hoy, Hungría ingresa, de iure, en el club de los reprobados. ¿Y mañana? Dónde estará España. En sitio recomendable, no. Al menos mientras el zangolotino Zapatero siga confundiendo los ministerios con los dicasterios, éstos con los falanterios y así. Zangolotino, en cuanto da bandazos, en tanto rectifica cada tres por dos y puesto que se mueve de una parte a otra sin concierto ni propósito. Hungría, capital, Buda y Pest. Pest y Buda.



Un saludo.

 

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