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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL ÁRBOL ENVENENADO

Con arsénico o con cianuro, da igual. Con odio o con resentimiento de siglos, qué más da. Por veneno físico o por ponzoña moral, el árbol sufre el mal de la corrupción. Desde mucho tiempo atrás, la enfermedad ha afectado a la savia y la metástasis se extiende desde la raíz hasta las hojas. La parte subterránea escapa a la vista y la superficie aérea se camufla con colores de invisibilidad. Mas los frutos… Los frutos, no. Se recogen antes de que la gente los vea, pero es misión imposible. Los frutos crecen y crecen mostrando toda la miseria que del árbol emana. El veneno está en el árbol. De ahí que la podredumbre se proyecte a todo su ser.

 

El evangelista Mateo decía: “por los frutos conoceréis el árbol”. Amarga pero incuestionable sentencia. En Derecho, la teoría del árbol envenenado está haciendo furor como consecuencia de las escuchas ordenadas por Garzón en el famoso caso Gürtel. Las pruebas obtenidas a partir de las escuchas ilegales, han de ser nulas porque de la ilegalidad no se puede hacer evidencia. De la misma manera que la falacia es una conclusión falsa en tanto nace de una premisa mentirosa. Árbol envenenado.

 

La convulsión política se adueña de la calle. La crispación hace acto de presencia en los debates. La razón dialéctica es marginada por la apariencia sensible de la voz estruendosa de los Portos mediáticos. Los Aramis abren vías de diálogo que no hacen sino prolongar la agonía del enfermo. Los Athos sólo dan la cara entre mares de vino y tras el escudo de los blasones. Los Dartañanes… Los Dartañanes se refugian entre paredes herméticas de inexpugnables castillos. Los mosqueteros quedaron en la pluma caballeresca de Dumas. El árbol envenenado ha atacado, asimismo, a los valores y a los principios. Nada escapa al avance incesante de la marabunta. Las erupciones del volcán arrojan rocas que aplastan y gases que asfixian. Nadie escapa al fuego natural y el miedo ancla nuestros pies a la tierra. El árbol envenenado nos aprisiona y nos atenaza. Quietud. Silencio. Triste degüello.

 

El fruto de la política revela unas entrañas deformes por la ruptura nacional y por la inseguridad territorial. El Tribunal Constitucional, a las órdenes del gran maestre Zapatero, calla y, como el equipo médico habitual, estira artificialmente la vida del órgano inerme. El fruto de la economía enseña sus tripas vacías de las que pende un hilito de sangre con la que dar de malcomer a cinco millones de estómagos inanes. La sociedad soporta, maltrecha, la dura carga de una educación imposible y la tara de un sistema sanitario derrotado por la propia gobernanza. La cultura agita sus brazos chapoteando entre el olvido de los intelectuales, la politización de una universidad agotada, la prepotencia de los artistas del rancio celuloide y la basura maloliente de unas televisiones que parasitan el alma de las audiencias. Frutos insalubres de un árbol envenenado. Nada hay de ficción. Pura realidad.

 

El árbol envenenado es el PSOE. La ambición de sus dirigentes es la causa formal del cáncer. La ambición desmedida. La avaricia ha roto el saco. Demasiados paniaguados para acogerse a unas ramas contadas. Ejércitos de termitas que devoran lo que encuentran en pago a sus desvelos, a sus traiciones, a sus estafas y a sus asesinatos morales.

 

Las elecciones se aproximan. El aspecto del árbol es lamentable. Cirugía estética de urgencia para tapar agujeros y aplicar gruesas capas de maquillaje a los ronchones verdeamarillentos del cuerpo. Hay que vender la burra, es el lema. La venderán. Pero el árbol está envenenado. El árbol psoecialista está corroído por el óxido de la inmoralidad. Hagan lo que quieran, pero yo no me acercaría a ese árbol.

 

¿Y la causa eficiente? La causa eficiente es Zapatero, el de las mercedes. Quién si no.

 

Un saludo.

 

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