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Francisco Velasco. Abogado e historiador

VIOLENCIA DE GÉNERO/SEXO


 La tragedia de las buenas intenciones. Es el resultado de la ley de violencia de género. El propósito del legislador es prevenir y erradicar la violencia sobre la mujer. A lo largo de la historia, la mujer ha sido relegada a situaciones de subordinación y de inferioridad que no se compadecen con los derechos fundamentales que preconiza nuestra Constitución. Chirría su rol secundario cuando su actividad es prevalente y multifuncional. Duele el maltrato físico que muchas de ellas reciben. Enerva la pasividad de algunas instituciones ante esta discriminación constante y continuada.

 Zapatero y los suyos se quedan en las palabras, en el escaparate. Compañeros y compañeras. En la expresión agotan todo su caudal igualitario. Verbo vacío. Obras son amores. Los exégetas de la igualdad parlotean pero no materializan. Critican actitudes pero no censuran actos. Culpan a la tradición judeocristiana de todos los males de la mujer por mantener a la fémina en el sub-nivel de dependencia respecto al varón. Callan, sin embargo, ante los desmanes que sobre ellas ejerce el colectivo machista islámico. No se me enfaden los musulmanes, susurran.  Esposa te doy, que no esclava.

 En los países de civilización judaica y cristiana, el papel de la mujer se está equiparando al del hombre. La esclava se ha manumitido después de siglos de lucha incesante contra una discriminación horrible. Hoy reclama justo rango de igualdad de derechos y libertades en el marco de la lógica desigualdad biológica. Los mismos derechos y las mismas libertades. En el hogar, en el trabajo, en la calle, en el vestir, en el amar, en el elegir, en el nanear. Así, desde la idea de búsqueda de la igualdad libre. Mas no desde la ideología aviesa de la discriminación positiva. Mucho menos desde la exigencia de fundir los sexos en uno mientras destripan los géneros gramaticales. No cabe un sexo único. No se puede obligar a un chico a jugar a las muñecas ni a la niña a patear un balón. Si su tendencia es la que se señala, adelante. Es su naturaleza. Naturaleza en libertad. 

 Ahí radica el gran agujero negro de la ley de la violencia de género. En que se condena al hombre sin atender su presunción de inocencia. En que se juzga al macho por el hecho de serlo. En que la boca se llena de prejuicios y condicionantes históricos. En que se lincha al varón desde el momento en que la más mínima fricción calienta las relaciones de pareja. En que se ataca a la pareja heterosexual pero no a la homosexual.  En que se pasa de la nada al todo y del todo a la nada. Extremistas leguleyos. Leguleyos extremistas. Políticos demagogos y desvergonzados.

 La ley de violencia de género incumple el precepto básico de toda norma: el mandar o prohibir algo en consonancia con la justicia. Con la justicia. No hay justicia cuando no se da a cada uno lo que le corresponde. No hay justicia cuando se desnuda a un santo para vestir a otro. La ley jurídica ha dejado paso a "la Ley de Murphy": si algo puede salir mal, saldrá mal. Aunque, bien pensado, la ley de Murphy se aplica sobre todo a quienes se enredan en lo que se llama "Principio de Peter": con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones. El nivel de incompetencia del Gobierno de Zapatero es tan sublime como incuestionable. Así nos va.

 He ahí la tragedia de la buena intención de la ley de violencia de género: la ineptitud. Por buena intención que tengan, la incompetencia de algunos transforma la voluntad en horror. Esposa te doy. Esposo te doy. Esclavo, nadie. Iguales. Libres. Libres e iguales.

 Un saludo.

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